martes, 13 de julio de 2010

ÁNGELES GUARDIANES

"Dicen que cuando un bebé sonríe mientras duerme, es que ha pasado un ángel"

Cuando tenía tan sólo cuatro años, una noche de verano, cuando mi madre terminó de leerme mi cuento favorito, Ángeles Guardianes, me informó de que en menos de un mes tendría una hermanita. Me hizo mucha ilusión porque me sentía bastante sólo muchas veces. Desde que mi abuelita murió, tenía que quedarme con la canguro, que no me caía nada bien. Mi abuela sin embargo... siempre pensé que era un ángel.
Además sabía que eso a mi madre la haría muy feliz, ya que desde la muerte de mi abuela y hasta entonces había llorado mucho. Además estaba muy triste porque mi padre era muy malo con ella y conmigo. Mi madre me ha cuidado mucho desde siempre, desde que tengo memoria, me contaba cuentos cada noche, me hacia las mejores comidas y me decía las cosas más bonitas que creo se pueden decir a un hijo. Me entristecía un poco pensar que, quizá, con la llegada de mi hermana, yo pasase a un segundo plano. Pero no, al fin y al cabo yo llevaba más tiempo.
Pasaron los días y cada vez que veía llorar a mi madre, la abrazaba y ella me decía:
-Qué suerte va a tener tu hermana de tener un hermano tan cariñoso y bueno con ella.
A lo que yo contestaba:
-Y una mamá tan buena como tú, que la va a cuidar siempre.
Ella sonreía y decía:
-Eso ni lo dudes.
Una semana antes del parto mi madre fue ingresada por un fuerte dolor en el pecho. Pasé la semana pensando en nombres para mi hermana, y se me ocurrieron por miles, pero ninguno me pareció tan acertado como Ángela. El día del parto mi padre se despertó muy temprano y fuimos al hospital. Estuvimos en la sala de espera casi una hora. Finalmente un médico llamó a mi padre.
-Ha sido un parto complicado -dijo el doctor- pero ha salido bien, es una niña preciosa.
El galeno me miró, sonrió y dijo:
-A preguntado por ti. Quiere verte.
Miré a mi padre.
-Entra, yo iré en seguida -dijo atendiendo una llamada urgente.
Abrí la puerta de la sala. Mi madre estaba tumbada en la cama con la pequeña entre sus brazos. Mamá me miró al entrar y sonrió débilmente. Era una niña preciosa. Me acerqué a la cama y puse la cabeza en el hombro de mi madre. La pequeña estaba dormida profundamente. Me aparté de mi madre, ella me hizo un hueco y me subí a la cama. Mi madre tenía los ojos entrecerrados, cansada. Sonrió de nuevo sin fuerzas.
-Quiero que se llame Ángela, ¿Te gusta? -dije a mi madre.
-Me encanta... -dijo con la voz apagada.
Miró a mi hermana y le susurró al oído:
-Cuida de él, Ángela.
Cerró los ojos y se durmió. Mi hermana dejó escapar una sonrisilla fugaz.
-Mamá mira, como en el cuento.
Pero mi madre no respondió... Miré a mi hermana de nuevo, que sonrió débilmente, con los ojos cerrados... dicen que los recién nacidos no pueden sonreír... debió ser un ángel muy especial...

martes, 18 de mayo de 2010

LA FELICIDAD

Quiero contaros una historia...

"Cuando era pequeño, a la edad de cuatro añitos tan sólo, perdí a mi padre en un accidente de coche, quedando por tanto mi madre, mi hermana de diecisiete años y yo, sin blanca... Mi hermana no pudo soportarlo... decidió marcharse a Inglaterra y no he vuelto a saber de ella... En cuanto a mi madre, fue ingresada en una clínica por una profunda depresión que acabó venciéndole un par de meses después, dejándome sólo en el mundo a una edad tan temprana..."

Puede parecer una historia muy dramática e increíble... y os invitaría a conocer al protagonista de esta macabra situación de película, pero esa persona dejó de encontrarse entre nosotros hace ya hoy mismo siete años... justo dos meses después de escribir este breve párrafo en su diario. Murió a manos del exnovio de su madre adoptiva a la edad de catorce años.
Recuerdo que a menudo me contaba que se sentía muy sólo algunas veces y que las continuas peleas entre él y su asesino le destrozaban por dentro ya que este le recordaba una y otra vez su pasado... Pero aún así recuerdo también que me decía "Eso no va a hacer que deje de ser feliz ni mucho menos". Siempre estuvo cuando le necesité... Siempre recordaré a mi único amigo con esa expresión siempre tan alegre y positiva, porque existen personas en el mundo que aún teniendo el peor de los recuerdos en su memoria... Jamás renunciará a la idea de que a este mundo llegamos para ser felices...
Y es que como decía mi amigo, y quién iba a tener más razón que él para decirlo:
"El nivel de felicidad que posees,
es directamente proporcional
a tus ganas de vivir..."

domingo, 28 de marzo de 2010

INQUIETUD

Cada rincón de mi casa tiene un recuerdo para mí o un mundo oculto de los tantos que conocí a lo largo de mi infancia, y de los cuales, gracias a Dios, conservé cuando la madurez me piyó por sorpresa.
Paseando el otro día por los alrededores de mi casa, me dií cuenta de lo que había crecido la hiedra junto al naranjo, y cómo había trepado por la valla hasta perderse entre el follaje de los árboles. ¿Qué habría al otro lado de aquella valla? Fue el único interrogante que mi mente infantil había conservado... la única pregunta que aún no tenía respuesta para mí.
De pequeño siempre me lo preguntaba, pero en aquellos tiempos, ya tenía otras preocupaciones, como el que dice, y dejé de lado ese misterio, que ahora me acosa al ver que gracias al tamaño de la hiedra, puedo trepar y saltar la valla...

sábado, 7 de noviembre de 2009

REALIDAD IMAGINARIA

No os haceis una idea de lo que me ha costado... como decirlo... "componer este texto". ¿Que por qué?

Como sabeis soy escritor desde hace poco, y si algo hace falta para ser escritor, es una imaginación desbordante. Si os soy sincero, hasta hoy no me creía poseedor de esa imaginación... pero la otra noche mientras escribía... me sucedió lo imposible. Por la ventana entro una suave brisa, que al pasar por mi y darme en la cara, se llevaron consigo aquello que escribía... casi por acto reflejo, traté de agarrar las letras escritas en lápiz que se me escapaban y se esparcían por toda la mesa. Pero al intentar cogerlas con las manos, lo único que conseguía era un borrón en la punta de los dedos... Cuando el viento dejó de soplar, las letras se quedaron marcadas en el escritorio... como si las hubiera escrito allí en vez de en el papel.

Traté de entender cómo había ocurrido aquello... y como es de esperar no encontré una solución lógica y sólo me quedó admitir una de dos hipótesis. O estaba loco de remate, o realmente era poseedor de aquella imaginación.

De pronto me desperté... todo había sido un sueño... un sueño agradable he de admitir, pero un sueño al fin y al cabo. Resultó ser mi imaginación. Mi subsconnsciente esperando que algo interesante ocurra en mi vida... Me levanté de la cama, aún cavilando sobre lo que había soñado, y pensando en alguna historia relacionado con este sueño... pero no se me ocurría nada, así que lo dejé de lado. Me senté en mi escritorio y empecé a pensar en alguna historia interesante, cuando me sorprendió el ver, letras esparcidas por todo mi escritorio...

Ni sueño... ni imaginación... Había sido real...

lunes, 2 de noviembre de 2009

ESPERAR

En los pasillos del Hospital de San Mauricio, en un remoto lugar de algún pueblecillo entre las montañas de no se sabe bien qué continente, es bien conocida la historia de aquel por el que pusieron ese nombre al hospital. Un viejo cascarrabias, no tan viejo, al parecer diagnosticado de padecer una terrible enfermedad que poco a poco estaba acabando con su vida...

El pobre hombre, tan sólo quería hacer todo lo posible antes de que le alcanzara lo único a lo que parecía temer en éste mundo. Una madrugada calurosa, el hombre decidió acabar con la prisión de aquel horrible hospital. Se levantó de la cama decidido a salir de allí. Pero al parecer las enfermeras ya lo tenían más que calado y le esperaban en la puerta de la habitación. "¿Puede saberse a dónde va Ud.?". "¿Por qué no me dejais en paz de una vez?" gruñó con voz ronca y enfadada. "¿No podría Ud. esperar a que amaneciera para decidir dar un paseo?" le dijo la enfermera. "No pienso esperar nada más, ¿Cuanto tiempo puede quedarme ya...? ¿Un día? ¿Dos con suerte? Apártese o la apartaré yo mismo..." volvió a gruñir y agachó la cabeza. La enfermera vaciló. "Sólo le digo que espere a que...", Mauricio la cortó "¡Esperar a qué! ¿A que mañana por la mañana me vuelva a decir que espere? Oigame bien. Si cree que voy a acabar mi vida entre estos húmedos y deprimentes muros la lleva usted clara" dijo mientras miraba a su alrededor. "Y ahora si es tan amable..." pidió cordialmente y cambiando radicalmente el tono. "Haga el favor de volver a su habitación, por favor", Mauricio maldijo por lo bajo mientras se daba la vuelta y volvía a su habitación, cerrando la puerta de un portazo.

"¿Otra vez lo ha intentado?" susurró otra enfermera que se acercaba por el pasillo. "Eso me temo. Me sabe mal que tengamos que obligarle a estar aquí metido." dijo tristemente la enfermera. "No te machaques, pronto se acabará..." dijo la otra mirando la puerta cerrada. "¿Cómo puedes decir eso?" se quejó la primera. "Sólo digo la verdad" se defendió la segunda. "Ya, pues ahorrate esos comentarios, algunas tenemos sentimientos." sentenció, y se alejó por el pasillo.

A la mañana siguiente, cuando la enfermera insensible fue a despertar a Mauricio, encontró una cama vacía y bien hecha, una habitación perfectamente ordenada y una nota sobre el escritorio que decía:

Querida "comotellames":
Sabía que serías tú la que encontraría la nota, y por eso quiero expresarte lo que pienso de ti... Eres la tía más estrecha insensible, arrogante, maleducada, cascarrabias, escuchimizada, fea hasta doler, imbécil, idiota, mala pécora, hipócrita e inservible que ha podido pisar la faz de la Tierra... pero sabes... a pesar de todo eso siempre estuve enamorado de ti hasta las trancas... supongo que, porque nos pareceremos en algo. No quería desaparecer sin despedirme de ti, desconocida de la que he estado enamorado los últimos días de mi azarosa vida. Gracias por ser cómo eres.

Por mi puedes morirte (No lo digo en serio... pero no se me ocurría otra despedida).

Las ventanas de ese hospital tenían barrotes, y la misma enfermera que encontró la carta estuvo custodiando la habitación durante toda aquella noche.

Nunca más se supo de Mauricio, jamás se encontró su cuerpo y nadie decía haber escuchado nada en toda la noche.

Esta nota, está expuesta a la entrada del hospital en una vitrina junto a una foto de todos los enfermos de hospital con los médicos residentes. En aquella foto Mauricio miraba a la enfermera remitente con pasión.

Como es obvio, el nombre Hospital de San Mauricio, no es más que una simple nota que el alcalde quiso dar, en memoria del sarcástico Mauricio de... nose sabe bien de dónde era...

lunes, 26 de octubre de 2009

LA PROMESA

Supongo que es de mi madre de quien he heredado la obsesión por los viajes en el tiempo. Desde que tenía cuatro años, nos gustaba imaginar qué pasaría, si en el futuro se inventara alguna forma de ir al pasado, y, si así fuese, los viajes que haríamos... Me gustaba imaginarnos a mi madre y a mí, madre e hija, viajando a través del tiempo por la Roma de Julio César, e ir al circo romano, o quizá hacer una visita a Leonardo Da Vinci, quien, en mi opinión tan sólo era alguien que necesitaba que le escuchasen... O ser testigo del descubrimiento de América, ir a la Grecia Clasica... Tal vez ir a un concierto de "Los Beatles" en sus principios... Nos reíamos mucho pensando en lugares que visitar y personas a las que conocer.

Incluso muchas veces, jugabamos a planear una escapada al pasado, pero procurando no cambiar algo, que pudiera suponer el que alguna de las dos no existiera. Porque jugar con el tiempo podría tener consecuencias gravísimas...
Un día mi madre enfermó. Yo tan sólo tenía doce años. En el hospital, mi madre me pidió algo. "Si alguna vez existieran los viajes en el tiempo, prométeme que viajarás al pasado a contármelo" me dijo mirándome a los ojos con ternura. "Te lo prometo mamá" ella sonrió y se quedó dormida. Mi padre esperaba en el pasillo del hospital para llevarme a casa. Estaba muy triste. Durante todo el viaje en el coche no hablamos de nada.

¿Existirían los viajes en el tiempo algún día? Si así fuera podría cumplir mi promesa. Pero no debía cambiar nada, así que no debería hablar con nadie, ni siquiera con mi madre, porque eso podría cambiar las cosas... Pero había hecho una promesa y pensaba cumplirla, pero ¿Cómo contárselo a mi madre sin cambiar el pasado?

Aquella noche me acosté pensando en ello, y me quedé dormida. A la mañana siguiente, pedí a mi padre no ir al colegio para pasar el día con mi madre. Accedió sin problemas. Fuimoas al hospital, me acompañó a la habitación de mi madre que aún dormía, le besó la frente y me dijo que debía irse a trabajar.
Cuando mi madre despertó, se llevó una sorpresa de verme sentada a su lado. "Buenos días princesa" le susurré. "Buenos días mi amor" me contestó sonriendo. "Mamá... he pensado una cosa. Si viajara al pasado en el futuro para decirte que existen los viajes en el tiempo... ¿No podría cambiar el pasado contándotelo?". Me sonrió y me dijo "Me conformo con que me busques y a solas me digas: Mamá... existiran los viajes en el tiempo". Nos quedamos calladas un rato... La idea de mi madre era buena, no cambiaría nada si ella no lo contaba a nadie... pero ¿Y si ya había viajado yo en el tiempo y se lo había contado? "Mamá, ¿Te lo he dicho ya?". Me miró desconcertada. "¿Qué?" me preguntó obviamente sin saber de qué hablaba. "Cuando venga a decírtelo... me lo contarás, ¿Verdad?". Mi madre lo entendió entonces, sonrió y me dijo "¿Y quién sabe si eso cambiaría las cosas?" me dijo. "No fastidies mamá" me quejé en broma. Nos reímos. Llegaron las vacaciones de Semana Santa. A mi madre le encantaba la Semana Santa, pero el médico le había prohibido salir a la calle por motivos de salud.

Cada día iba al hospital y saludaba a mi madre con la misma pregunta... "¿He venido ya?" mi madre sonreía y me contestaba, "No te lo voy a decir" y yo le decía "Entonces, ¿Es que no?" insistía yo. "Puede" contestaba ella y dejaba escapar una sonrisa... Cada día la misma conversación.

El Viernes Santo, el médico de mi madre se puso enfermo y hubo un relevo a un interno del hospital. Mientras mi madre y yo hablábamos entró en la habitación y tras una larga lista de peticiones, exigencias y recomendaciones, ordenó abrigarse muy bien y ver aunque fuera un día de la Semana Santa de ese año, su favorito. Mi madre dejo escapar algunas lágrimas, abrazó al interno, me cogió de la mano, y nos dirigimos a la salida del hospital...

Mi padre nos esperaba en la puerta del hospital con el coche arrancado. Tenía los ojos empañados, por lo que supe que había llorado. También yo estaba emocionada por ese detalle del médico. En la bulla de la Semana Santa, mi madre miraba paso por paso como si fuera la última vez que fuera a verlos. "¿Quieres que hagamos una bola de cera?" me preguntó mi padre. "Sí, claro" le dije muy contenta, siempre había querido una de esas. "Ahora volvemos Claudia" dijo mi padre y la beso dulcemente. "Sí, por supuesto" dijo sonriendo de oreja a oreja mi madre. Nos metimos entre la bulla y poco a poco conseguí mi bola de cera... Cuando volví le pregunté a mi madre, "¡Mamá!, ¿Me has visto ya?", sonrió, y me contestó, "No puedo decírtelo", "¿Eso es un sí?" pregunté, "Puede..." me dijo ella...

A la mañana siguiente, cuando pedí a mi padre que me llevara al hospital, me dijo con voz temblorosa, notablamente triste y a punto de romper a llorar "No volveremos a ir al hospital, pequeña" y me abrazó fuertemente...

Pasaron los años y fui perdiendo poco a poco el interés por los viajes en el tiempo, se puede decir que maduré... Encontré un buen trabajo, en el que llegué a ser famosa mundialmente... pero los años pasaban y pasaban...

Una tarde, medio dormida en mi butaca, oí en las noticias que el viaje en el tiempo se había conseguido... Setenta y seis años, son los que había hecho falta, para que el sueño de mi madre, y el que algún día fue mío también... se había cumplido. Recordé la promesa que le había hecho a mi madre. Tras muchas llamadas telefónicas, pude dar con Benjamin Square, creador del viaje en el tiempo... Concerté una cita y accedió sin problemas. Le conté toda la historia. No se veía muy de acuerdo. Pero me contó que estaban buscando voluntarios para probar su creación... Pero me advirtió sobre la posibilidad de no poder retornar al presente. Quería hacerlo. No había esperado setenta y seis años para ahora hecharme atrás, y ¿Qué me quedaba ya por vivir? Ochenta y ocho años... es triste pensarlo, pero cuánto tiempo más podría esperar...

SEMANA SANTA 2003, VIERNES SANTO - SEVILLA
Fui a la calle en la que mi madre vió su última paso aquella noche... Allí estaba, plantada entre la multitud, tan joven, tan guapa, tan emocionada... me puse a su lado entre la multitud. "¿Es un palio hermoso no cree?" le pregunté. Ella sin apartar la vista de la virgen y con una lágrima deslizando por su mejilla, me contestó "Sí que lo es...". "Mamá, existirán los viajes en el tiempo" se giró poco a poco, y se quedó mirándome durante algo así como un minuto, luego sonrió, otra lágrima deslizó por su mejilla, me cogió la mano, me la apretó fuertemente, y me dijo "Gracias...". Luego me dí la vuelta y me dirigí, no sabía muy bien a dónde, sólo sabía que debía desaparecer antes de cambiar algo del pasado... Mientras caminaba alejándome de mi madre pude oír la voz de una niña. "¡Mamá, ¿Me has visto ya?", me dí la vuelta muy despacio. Era yo... miré a mi madre, ella me miró, me sonrió y dijo a su hija, "No puedo decírtelo", "¿Eso es un sí?" preguntó mi yo infantil, "Puede..." contestó mi madre...

miércoles, 29 de julio de 2009

A LA DERIVA

Caminaba por el muelle hacia mi barco, mi gran velero, atracado en el pantalán más alejado de aquel puerto deportivo, en una esquina al fondo de la bahía. No iba a ser fácil salir de ahí. Pero, a pesar de lo tarde que era, no tenía sueño. Y realmente tenía ganas de navegar esa noche. Se sabe de siempre que es muy bonito navegar de noche, pero no todo el mundo tiene el valor necesario como para adentrarse en el gran azul a altas horas de la noche. Llegué al barco, ni siquiera me paré a abrir la puerta de la entrada a los camarotes, ni siquiera las escotillas para airear el barco, tenía demasiadas ganas de salir, y ya abriría cuando estuviera en alta mar…
Arranqué el motor, solté amarras y, después de esquivar seis o siete barcos, que dejé muy cerquita, ya estaba navegando rumbo a la mar. Saliendo del puerto deportivo, se encuentra mi parte favorita de la bahía, el espigón. Todas esas rocas amontonadas repletas de cangrejos que apenas se apreciaban a la tenue luz de la luna llena. No hacía falta que se encendiera ni una sola luz… la luna iluminaba el lugar. Recordé como iba de pequeño con mi abuelo a pescar cangrejos entre aquellas rocas, y todas aquellas historias que me contaba acerca de pescadores y marinos que vivían experiencias extraordinarias. Me fascinaba escucharle, y también me gustaba imaginar que todo aquello era cierto… desgraciadamente con la edad hay que ir madurando…
Apagué el motor y me dispuse a sacar la vela. La vela subía muy lentamente con cada una de las vueltas que daba a la manivela. El viento apenas soplaba… de hecho, soplaba lo justo para hacer que la vela flameara levemente, haciendo ese sonido que tanto me gustaba. Agradecí también que el viento no soplara muy fuerte, porque no quería alcanzar mucha velocidad, tan sólo la justa para desplazarme…
La luz del faro alumbraba de vez en cuando la vela y el resto de la cubierta. Los cabos crujían cuando la vela tiraba de la botavara, y se podía escuchar el susurro del agua al chocar con el casco del barco… todos esos sonidos juntos, formaban una melodía que funcionaban en mí como una nana, que hacía que me relajara. Me puse a mirar el reflejo de la luna en el horizonte acuático… el mar parecía un lago… ni una ola, ni un sonido, no se oía nada…
Me acordé de que tenía que abrir la puerta y las escotillas porque dentro el aire estaría cargado. Abrí la puerta y una ola de calor salió de dentro. Me metí dentro del barco y empecé a abrir escotillas para que entrara el aire. Cuando subí a cubierta, estaba sudando. El aire me vino de maravilla, respiré hondo, y me dirigí a proa, para tener una mejor visión del mar. La brisa me acariciaba la cara de un modo muy agradable… Una bandada de gaviotas me sobrevoló de cerca y las seguí hasta que se perdieron de vista en el horizonte.
Un poco más delante, hacia donde yo me dirigía, vi algo flotar, algo que sobresalía del agua, pero que permanecía inmóvil. Temí que fuera una bolla y me apresuré a popa para cambiar el rumbo antes de chocar o, aún peor, engancharme… por muy buena noche que hiciera, no me apetecía meterme en el agua a cortar redes…
Cuando llegué al timón y dirigí la vista hacia donde lo había visto, la figura ya no estaba… No estaba lo suficientemente borracho como para que fueran imaginaciones, así que me puse alerta. Me aferré al timón listo para virar, pero casi cinco minutos pasaron sin que nada, absolutamente nada se interpusiera en mi travesía… No bajé la guardia, porque realmente estaba asustado. Puse el piloto automático y bajé a mi camarote a buscar una linterna.
Cuando alumbré hacia delante, nada. Alumbré a un lado y a otro… nada. Apagué la linterna e intenté tranquilizarme. Empecé a acordarme de historias que me contaba mi abuelo sobre marineros que decían ver cosas en la oscuridad de la noche, marineros que perdieron completamente la cordura… algunos incluso habían desaparecido. En este momento, deseé que todo aquello que me contaba no fuera real.
Pude notar como algo golpeaba el barco por debajo y me sobresalté. El barco se balanceó ligeramente. Todo se quedó en silencio a mí alrededor. De pronto empecé a escuchar un leve susurro que me llamaba desde la parte de adelante del barco. Temblé de arriba abajo. Con mucho miedo, miré hacia proa en busca de aquel sonido que a mí me parecía una llamada… pero allí no había nadie. Encendí la linterna y apunté, hacia proa de nuevo. Nada. Me levanté y avancé a trompicones a causa de los temblores hacia el lugar de donde aquel susurro provenía. Cuando llegué, el susurro paró. Todo volvió a quedarse en silencio.
Cuando me disponía a dirigirme de nuevo a popa, la linterna se me apagó. “No, no, no” me dije. Levanté la vista y vi lo peor. Una mujer, o eso me pareció, a juzgar por el camisón, miraba hacia donde yo estaba… pero era imposible que me estuviera viendo… incluso era imposible que aquello fuera real porque tenía las cuencas de los ojos vacías… no tenía ojos… estaba de frente a mí con la boca muy abierta… casi me parecía que tuviera la mandíbula desencajada y tampoco parecía tener ni lengua, ni dientes, sólo un vacío oscuro… como un agujero negro en la garganta… Me quedé petrificado. Me miraba, me miraba a mí, allí no había nadie más. Aquello no era natural, y la imagen aterrorizaba, porque permanecía completamente inmóvil. Volví a intentar encender la linterna, pero nada. En el fondo lo agradecí porque realmente me asustaba la idea de ver aquel extraño personaje a la luz. De pronto con un movimiento seco, rápido y casi robótico, se giró, sin cambiar la terrorífica expresión de su cara. Se elevó en el aire, y como una marioneta que flotara, empezó a hacer todo tipo de movimientos antinaturales que me aterrorizaban. Quería salir de allí, no quería seguir viendo aquello. De pronto la figura se quedó inmóvil en el aire, y cayó en picado hacia el mar, desapareciendo en el agua. ¿Qué se supone que debía hacer yo ahora? Corrí hacia popa y encendí el motor. Di la vuelta y me dirigí hacia la luz del faro que, gracias a Dios, no parecía estar lejos.
Me senté, e intenté tranquilizarme. ¿Quién era esa “mujer”? Temblaba de pies a cabeza. Cogí mi chaqueta y me la abroché hasta arriba, me asomé por encima del timón para ver cuánto faltaba, estaba deseando pisar tierra.
La desesperación y el terror me invadieron al comprobar que el faro estaba ahora más lejos de lo que estaba antes… “¡NO!” grité como esperando que alguien me oyera. Miré hacia atrás, ¿Qué me retenía? Tenía que moverme… por mucho miedo que tuviera, tenía que averiguar qué estaba pasando o no saldría del mar.
Comprobé las oscuras tinieblas del profundo mar, y alcancé a ver un cabo, que al parecer se me había enganchado en la orza del barco… “Mierda” pensé, “Ahora tendría que tirarme al agua”. Lo cierto era que no me apetecía en absoluto. Y ahora mucho menos después de contemplar el tenebroso espectáculo de ese… “monstruo”…
Busqué las gafas de bucear entre los trastos que tengo sobre el colchón del camarote de invitados… que no sabía porque llamaba así… con lo que me gustaba la soledad. Menos en aquel momento…
Una vez listo para saltar al agua, me arme de valor, y de un cuchillo lo suficientemente afilado para que todo fuera rápido, y salté al abismo. Bajo el agua, no me atrevía a abrir los ojos, pero tenía que hacerlo. Aquella imagen era de película de miedo. Los rayos de luz de la luna se filtraban a través de la superficie, y daban al profundo océano un aspecto de vacío. Absorto en aquella imagen espeluznante, pero en el fondo… bonita… sentía que en aquella oscuridad, no estaba sólo.
Inspeccioné la orza y me quedé asombrado de ver que un cabo de red se había liado no sólo en la orza, también en la hélice, de forma poco natural. No me había enredado allí por mala suerte… empezaba a quedarme sin aire, necesitaba aire. Subí lo más deprisa posible a la superficie. Cuando llegué a la superficie, di una tremenda bocanada de aire, casi me dolieron los pulmones. Era aún peor estar en la superficie, que bajo el agua. Aún bajo el agua podía tener visibilidad de lo que me rodeaba. En la superficie, a ras del agua, no se apreciaba nada, sólo el reflejo de la luna en el agua.
Respiré hondo de nuevo. Bajo el agua reinaba la paz… o eso parecía. Una vez echado un primer vistazo al lío de cabos, comencé a cortar lo más rápido que me lo permitía la resistencia del agua. Algo… se movió detrás de mí. Miré hacia atrás muerto de miedo pero ahí no había nada. Volví a darme la vuelta. Ya empezaba a faltarme de nuevo el aire, pero quería salir de allí cuanto antes. Ya no podía más. Cuando me di la vuelta para dirigirme a la superficie, tenía a un palmo de mí, la imagen más terrorífica que creo que jamás he visto en toda mi vida…
Grité, pero sólo salieron de mi boca burbujas y aquella “chica”, por mucho que no tuviera ojos, sabía que yo estaba allí. Debido al grito, ahora me faltaba el aire más todavía. Nadé todo lo rápido que mis brazos y mis piernas, entumecidos, me permitían. Miraba de vez en cuando hacia abajo para comprobar si me seguía aquello. Permanecía inmóvil, como a la espera. Salí del agua y subí al barco, ya casi había quitado todos los nudos y con un poco de suerte, la fuerza de la hélice rompería los cabos que faltaban… y quién sabe si también eso espantaría a aquella cosa.
El motor arrancó a la primera. Bajo el agua, sonó un grito desgarrador que me puso los pelos de punta… puse el motor a toda velocidad y me largué de allí cuanto antes. Al levantar la vista, cinco personas se encontraban en cubierta. No tenían rostro, tan sólo enormes agujeros vacíos donde debían estar sus caras, tanteaban la oscuridad…
Me tapé lo ojos fuertemente, conté hasta diez y de pronto dejé de escuchar el extraño gruñido que emitían aquellos seres. Levanté, temeroso, la vista. Allí no había nada. Tenía que salir de allí. Ya se apreciaban las luces de los pescadores en el espigón. Volví a aumentar la velocidad, quería llegar cuanto antes, sano y salvo. El motor empezó a sonar de forma extraña, lo estaba forzando demasiado, pero quería llegar.
Cuando ya pasaba justo por delante de los pescadores, reduje la velocidad, aliviado de ver vida. El pescador permanecía inmóvil, y me miraba, no lo veía bien, estaba justo detrás del faro y no lo alumbraba la luz de la luna. Levanté un brazo en señal de saludo, pero él no me respondió.
Atraqué de cualquier manera el barco en el puerto, en el primer sitio que encontré libre. Ni siquiera era mi sitio, pero daba igual, quería pisar tierra. Até los cabos de atraque y salté al muelle. Me tumbé y me puse a pensar en todo lo que había ocurrido.

Desde luego no ha sido una historia agradable, eso os lo aseguro. Por eso he querido hacer constancia de la misma en cuanto he encontrado la tranquilidad en esta oscura noche en que esto me ha sucedido. Creo que he notado pasos ahí fuera, en el muelle, quizás sea el dueño del atraque que viene a echarme, voy a explicarle lo ocurrido, ahora vuelvo.

Jamás volvió.