sábado, 7 de noviembre de 2009

REALIDAD IMAGINARIA

No os haceis una idea de lo que me ha costado... como decirlo... "componer este texto". ¿Que por qué?

Como sabeis soy escritor desde hace poco, y si algo hace falta para ser escritor, es una imaginación desbordante. Si os soy sincero, hasta hoy no me creía poseedor de esa imaginación... pero la otra noche mientras escribía... me sucedió lo imposible. Por la ventana entro una suave brisa, que al pasar por mi y darme en la cara, se llevaron consigo aquello que escribía... casi por acto reflejo, traté de agarrar las letras escritas en lápiz que se me escapaban y se esparcían por toda la mesa. Pero al intentar cogerlas con las manos, lo único que conseguía era un borrón en la punta de los dedos... Cuando el viento dejó de soplar, las letras se quedaron marcadas en el escritorio... como si las hubiera escrito allí en vez de en el papel.

Traté de entender cómo había ocurrido aquello... y como es de esperar no encontré una solución lógica y sólo me quedó admitir una de dos hipótesis. O estaba loco de remate, o realmente era poseedor de aquella imaginación.

De pronto me desperté... todo había sido un sueño... un sueño agradable he de admitir, pero un sueño al fin y al cabo. Resultó ser mi imaginación. Mi subsconnsciente esperando que algo interesante ocurra en mi vida... Me levanté de la cama, aún cavilando sobre lo que había soñado, y pensando en alguna historia relacionado con este sueño... pero no se me ocurría nada, así que lo dejé de lado. Me senté en mi escritorio y empecé a pensar en alguna historia interesante, cuando me sorprendió el ver, letras esparcidas por todo mi escritorio...

Ni sueño... ni imaginación... Había sido real...

lunes, 2 de noviembre de 2009

ESPERAR

En los pasillos del Hospital de San Mauricio, en un remoto lugar de algún pueblecillo entre las montañas de no se sabe bien qué continente, es bien conocida la historia de aquel por el que pusieron ese nombre al hospital. Un viejo cascarrabias, no tan viejo, al parecer diagnosticado de padecer una terrible enfermedad que poco a poco estaba acabando con su vida...

El pobre hombre, tan sólo quería hacer todo lo posible antes de que le alcanzara lo único a lo que parecía temer en éste mundo. Una madrugada calurosa, el hombre decidió acabar con la prisión de aquel horrible hospital. Se levantó de la cama decidido a salir de allí. Pero al parecer las enfermeras ya lo tenían más que calado y le esperaban en la puerta de la habitación. "¿Puede saberse a dónde va Ud.?". "¿Por qué no me dejais en paz de una vez?" gruñó con voz ronca y enfadada. "¿No podría Ud. esperar a que amaneciera para decidir dar un paseo?" le dijo la enfermera. "No pienso esperar nada más, ¿Cuanto tiempo puede quedarme ya...? ¿Un día? ¿Dos con suerte? Apártese o la apartaré yo mismo..." volvió a gruñir y agachó la cabeza. La enfermera vaciló. "Sólo le digo que espere a que...", Mauricio la cortó "¡Esperar a qué! ¿A que mañana por la mañana me vuelva a decir que espere? Oigame bien. Si cree que voy a acabar mi vida entre estos húmedos y deprimentes muros la lleva usted clara" dijo mientras miraba a su alrededor. "Y ahora si es tan amable..." pidió cordialmente y cambiando radicalmente el tono. "Haga el favor de volver a su habitación, por favor", Mauricio maldijo por lo bajo mientras se daba la vuelta y volvía a su habitación, cerrando la puerta de un portazo.

"¿Otra vez lo ha intentado?" susurró otra enfermera que se acercaba por el pasillo. "Eso me temo. Me sabe mal que tengamos que obligarle a estar aquí metido." dijo tristemente la enfermera. "No te machaques, pronto se acabará..." dijo la otra mirando la puerta cerrada. "¿Cómo puedes decir eso?" se quejó la primera. "Sólo digo la verdad" se defendió la segunda. "Ya, pues ahorrate esos comentarios, algunas tenemos sentimientos." sentenció, y se alejó por el pasillo.

A la mañana siguiente, cuando la enfermera insensible fue a despertar a Mauricio, encontró una cama vacía y bien hecha, una habitación perfectamente ordenada y una nota sobre el escritorio que decía:

Querida "comotellames":
Sabía que serías tú la que encontraría la nota, y por eso quiero expresarte lo que pienso de ti... Eres la tía más estrecha insensible, arrogante, maleducada, cascarrabias, escuchimizada, fea hasta doler, imbécil, idiota, mala pécora, hipócrita e inservible que ha podido pisar la faz de la Tierra... pero sabes... a pesar de todo eso siempre estuve enamorado de ti hasta las trancas... supongo que, porque nos pareceremos en algo. No quería desaparecer sin despedirme de ti, desconocida de la que he estado enamorado los últimos días de mi azarosa vida. Gracias por ser cómo eres.

Por mi puedes morirte (No lo digo en serio... pero no se me ocurría otra despedida).

Las ventanas de ese hospital tenían barrotes, y la misma enfermera que encontró la carta estuvo custodiando la habitación durante toda aquella noche.

Nunca más se supo de Mauricio, jamás se encontró su cuerpo y nadie decía haber escuchado nada en toda la noche.

Esta nota, está expuesta a la entrada del hospital en una vitrina junto a una foto de todos los enfermos de hospital con los médicos residentes. En aquella foto Mauricio miraba a la enfermera remitente con pasión.

Como es obvio, el nombre Hospital de San Mauricio, no es más que una simple nota que el alcalde quiso dar, en memoria del sarcástico Mauricio de... nose sabe bien de dónde era...

lunes, 26 de octubre de 2009

LA PROMESA

Supongo que es de mi madre de quien he heredado la obsesión por los viajes en el tiempo. Desde que tenía cuatro años, nos gustaba imaginar qué pasaría, si en el futuro se inventara alguna forma de ir al pasado, y, si así fuese, los viajes que haríamos... Me gustaba imaginarnos a mi madre y a mí, madre e hija, viajando a través del tiempo por la Roma de Julio César, e ir al circo romano, o quizá hacer una visita a Leonardo Da Vinci, quien, en mi opinión tan sólo era alguien que necesitaba que le escuchasen... O ser testigo del descubrimiento de América, ir a la Grecia Clasica... Tal vez ir a un concierto de "Los Beatles" en sus principios... Nos reíamos mucho pensando en lugares que visitar y personas a las que conocer.

Incluso muchas veces, jugabamos a planear una escapada al pasado, pero procurando no cambiar algo, que pudiera suponer el que alguna de las dos no existiera. Porque jugar con el tiempo podría tener consecuencias gravísimas...
Un día mi madre enfermó. Yo tan sólo tenía doce años. En el hospital, mi madre me pidió algo. "Si alguna vez existieran los viajes en el tiempo, prométeme que viajarás al pasado a contármelo" me dijo mirándome a los ojos con ternura. "Te lo prometo mamá" ella sonrió y se quedó dormida. Mi padre esperaba en el pasillo del hospital para llevarme a casa. Estaba muy triste. Durante todo el viaje en el coche no hablamos de nada.

¿Existirían los viajes en el tiempo algún día? Si así fuera podría cumplir mi promesa. Pero no debía cambiar nada, así que no debería hablar con nadie, ni siquiera con mi madre, porque eso podría cambiar las cosas... Pero había hecho una promesa y pensaba cumplirla, pero ¿Cómo contárselo a mi madre sin cambiar el pasado?

Aquella noche me acosté pensando en ello, y me quedé dormida. A la mañana siguiente, pedí a mi padre no ir al colegio para pasar el día con mi madre. Accedió sin problemas. Fuimoas al hospital, me acompañó a la habitación de mi madre que aún dormía, le besó la frente y me dijo que debía irse a trabajar.
Cuando mi madre despertó, se llevó una sorpresa de verme sentada a su lado. "Buenos días princesa" le susurré. "Buenos días mi amor" me contestó sonriendo. "Mamá... he pensado una cosa. Si viajara al pasado en el futuro para decirte que existen los viajes en el tiempo... ¿No podría cambiar el pasado contándotelo?". Me sonrió y me dijo "Me conformo con que me busques y a solas me digas: Mamá... existiran los viajes en el tiempo". Nos quedamos calladas un rato... La idea de mi madre era buena, no cambiaría nada si ella no lo contaba a nadie... pero ¿Y si ya había viajado yo en el tiempo y se lo había contado? "Mamá, ¿Te lo he dicho ya?". Me miró desconcertada. "¿Qué?" me preguntó obviamente sin saber de qué hablaba. "Cuando venga a decírtelo... me lo contarás, ¿Verdad?". Mi madre lo entendió entonces, sonrió y me dijo "¿Y quién sabe si eso cambiaría las cosas?" me dijo. "No fastidies mamá" me quejé en broma. Nos reímos. Llegaron las vacaciones de Semana Santa. A mi madre le encantaba la Semana Santa, pero el médico le había prohibido salir a la calle por motivos de salud.

Cada día iba al hospital y saludaba a mi madre con la misma pregunta... "¿He venido ya?" mi madre sonreía y me contestaba, "No te lo voy a decir" y yo le decía "Entonces, ¿Es que no?" insistía yo. "Puede" contestaba ella y dejaba escapar una sonrisa... Cada día la misma conversación.

El Viernes Santo, el médico de mi madre se puso enfermo y hubo un relevo a un interno del hospital. Mientras mi madre y yo hablábamos entró en la habitación y tras una larga lista de peticiones, exigencias y recomendaciones, ordenó abrigarse muy bien y ver aunque fuera un día de la Semana Santa de ese año, su favorito. Mi madre dejo escapar algunas lágrimas, abrazó al interno, me cogió de la mano, y nos dirigimos a la salida del hospital...

Mi padre nos esperaba en la puerta del hospital con el coche arrancado. Tenía los ojos empañados, por lo que supe que había llorado. También yo estaba emocionada por ese detalle del médico. En la bulla de la Semana Santa, mi madre miraba paso por paso como si fuera la última vez que fuera a verlos. "¿Quieres que hagamos una bola de cera?" me preguntó mi padre. "Sí, claro" le dije muy contenta, siempre había querido una de esas. "Ahora volvemos Claudia" dijo mi padre y la beso dulcemente. "Sí, por supuesto" dijo sonriendo de oreja a oreja mi madre. Nos metimos entre la bulla y poco a poco conseguí mi bola de cera... Cuando volví le pregunté a mi madre, "¡Mamá!, ¿Me has visto ya?", sonrió, y me contestó, "No puedo decírtelo", "¿Eso es un sí?" pregunté, "Puede..." me dijo ella...

A la mañana siguiente, cuando pedí a mi padre que me llevara al hospital, me dijo con voz temblorosa, notablamente triste y a punto de romper a llorar "No volveremos a ir al hospital, pequeña" y me abrazó fuertemente...

Pasaron los años y fui perdiendo poco a poco el interés por los viajes en el tiempo, se puede decir que maduré... Encontré un buen trabajo, en el que llegué a ser famosa mundialmente... pero los años pasaban y pasaban...

Una tarde, medio dormida en mi butaca, oí en las noticias que el viaje en el tiempo se había conseguido... Setenta y seis años, son los que había hecho falta, para que el sueño de mi madre, y el que algún día fue mío también... se había cumplido. Recordé la promesa que le había hecho a mi madre. Tras muchas llamadas telefónicas, pude dar con Benjamin Square, creador del viaje en el tiempo... Concerté una cita y accedió sin problemas. Le conté toda la historia. No se veía muy de acuerdo. Pero me contó que estaban buscando voluntarios para probar su creación... Pero me advirtió sobre la posibilidad de no poder retornar al presente. Quería hacerlo. No había esperado setenta y seis años para ahora hecharme atrás, y ¿Qué me quedaba ya por vivir? Ochenta y ocho años... es triste pensarlo, pero cuánto tiempo más podría esperar...

SEMANA SANTA 2003, VIERNES SANTO - SEVILLA
Fui a la calle en la que mi madre vió su última paso aquella noche... Allí estaba, plantada entre la multitud, tan joven, tan guapa, tan emocionada... me puse a su lado entre la multitud. "¿Es un palio hermoso no cree?" le pregunté. Ella sin apartar la vista de la virgen y con una lágrima deslizando por su mejilla, me contestó "Sí que lo es...". "Mamá, existirán los viajes en el tiempo" se giró poco a poco, y se quedó mirándome durante algo así como un minuto, luego sonrió, otra lágrima deslizó por su mejilla, me cogió la mano, me la apretó fuertemente, y me dijo "Gracias...". Luego me dí la vuelta y me dirigí, no sabía muy bien a dónde, sólo sabía que debía desaparecer antes de cambiar algo del pasado... Mientras caminaba alejándome de mi madre pude oír la voz de una niña. "¡Mamá, ¿Me has visto ya?", me dí la vuelta muy despacio. Era yo... miré a mi madre, ella me miró, me sonrió y dijo a su hija, "No puedo decírtelo", "¿Eso es un sí?" preguntó mi yo infantil, "Puede..." contestó mi madre...

miércoles, 29 de julio de 2009

A LA DERIVA

Caminaba por el muelle hacia mi barco, mi gran velero, atracado en el pantalán más alejado de aquel puerto deportivo, en una esquina al fondo de la bahía. No iba a ser fácil salir de ahí. Pero, a pesar de lo tarde que era, no tenía sueño. Y realmente tenía ganas de navegar esa noche. Se sabe de siempre que es muy bonito navegar de noche, pero no todo el mundo tiene el valor necesario como para adentrarse en el gran azul a altas horas de la noche. Llegué al barco, ni siquiera me paré a abrir la puerta de la entrada a los camarotes, ni siquiera las escotillas para airear el barco, tenía demasiadas ganas de salir, y ya abriría cuando estuviera en alta mar…
Arranqué el motor, solté amarras y, después de esquivar seis o siete barcos, que dejé muy cerquita, ya estaba navegando rumbo a la mar. Saliendo del puerto deportivo, se encuentra mi parte favorita de la bahía, el espigón. Todas esas rocas amontonadas repletas de cangrejos que apenas se apreciaban a la tenue luz de la luna llena. No hacía falta que se encendiera ni una sola luz… la luna iluminaba el lugar. Recordé como iba de pequeño con mi abuelo a pescar cangrejos entre aquellas rocas, y todas aquellas historias que me contaba acerca de pescadores y marinos que vivían experiencias extraordinarias. Me fascinaba escucharle, y también me gustaba imaginar que todo aquello era cierto… desgraciadamente con la edad hay que ir madurando…
Apagué el motor y me dispuse a sacar la vela. La vela subía muy lentamente con cada una de las vueltas que daba a la manivela. El viento apenas soplaba… de hecho, soplaba lo justo para hacer que la vela flameara levemente, haciendo ese sonido que tanto me gustaba. Agradecí también que el viento no soplara muy fuerte, porque no quería alcanzar mucha velocidad, tan sólo la justa para desplazarme…
La luz del faro alumbraba de vez en cuando la vela y el resto de la cubierta. Los cabos crujían cuando la vela tiraba de la botavara, y se podía escuchar el susurro del agua al chocar con el casco del barco… todos esos sonidos juntos, formaban una melodía que funcionaban en mí como una nana, que hacía que me relajara. Me puse a mirar el reflejo de la luna en el horizonte acuático… el mar parecía un lago… ni una ola, ni un sonido, no se oía nada…
Me acordé de que tenía que abrir la puerta y las escotillas porque dentro el aire estaría cargado. Abrí la puerta y una ola de calor salió de dentro. Me metí dentro del barco y empecé a abrir escotillas para que entrara el aire. Cuando subí a cubierta, estaba sudando. El aire me vino de maravilla, respiré hondo, y me dirigí a proa, para tener una mejor visión del mar. La brisa me acariciaba la cara de un modo muy agradable… Una bandada de gaviotas me sobrevoló de cerca y las seguí hasta que se perdieron de vista en el horizonte.
Un poco más delante, hacia donde yo me dirigía, vi algo flotar, algo que sobresalía del agua, pero que permanecía inmóvil. Temí que fuera una bolla y me apresuré a popa para cambiar el rumbo antes de chocar o, aún peor, engancharme… por muy buena noche que hiciera, no me apetecía meterme en el agua a cortar redes…
Cuando llegué al timón y dirigí la vista hacia donde lo había visto, la figura ya no estaba… No estaba lo suficientemente borracho como para que fueran imaginaciones, así que me puse alerta. Me aferré al timón listo para virar, pero casi cinco minutos pasaron sin que nada, absolutamente nada se interpusiera en mi travesía… No bajé la guardia, porque realmente estaba asustado. Puse el piloto automático y bajé a mi camarote a buscar una linterna.
Cuando alumbré hacia delante, nada. Alumbré a un lado y a otro… nada. Apagué la linterna e intenté tranquilizarme. Empecé a acordarme de historias que me contaba mi abuelo sobre marineros que decían ver cosas en la oscuridad de la noche, marineros que perdieron completamente la cordura… algunos incluso habían desaparecido. En este momento, deseé que todo aquello que me contaba no fuera real.
Pude notar como algo golpeaba el barco por debajo y me sobresalté. El barco se balanceó ligeramente. Todo se quedó en silencio a mí alrededor. De pronto empecé a escuchar un leve susurro que me llamaba desde la parte de adelante del barco. Temblé de arriba abajo. Con mucho miedo, miré hacia proa en busca de aquel sonido que a mí me parecía una llamada… pero allí no había nadie. Encendí la linterna y apunté, hacia proa de nuevo. Nada. Me levanté y avancé a trompicones a causa de los temblores hacia el lugar de donde aquel susurro provenía. Cuando llegué, el susurro paró. Todo volvió a quedarse en silencio.
Cuando me disponía a dirigirme de nuevo a popa, la linterna se me apagó. “No, no, no” me dije. Levanté la vista y vi lo peor. Una mujer, o eso me pareció, a juzgar por el camisón, miraba hacia donde yo estaba… pero era imposible que me estuviera viendo… incluso era imposible que aquello fuera real porque tenía las cuencas de los ojos vacías… no tenía ojos… estaba de frente a mí con la boca muy abierta… casi me parecía que tuviera la mandíbula desencajada y tampoco parecía tener ni lengua, ni dientes, sólo un vacío oscuro… como un agujero negro en la garganta… Me quedé petrificado. Me miraba, me miraba a mí, allí no había nadie más. Aquello no era natural, y la imagen aterrorizaba, porque permanecía completamente inmóvil. Volví a intentar encender la linterna, pero nada. En el fondo lo agradecí porque realmente me asustaba la idea de ver aquel extraño personaje a la luz. De pronto con un movimiento seco, rápido y casi robótico, se giró, sin cambiar la terrorífica expresión de su cara. Se elevó en el aire, y como una marioneta que flotara, empezó a hacer todo tipo de movimientos antinaturales que me aterrorizaban. Quería salir de allí, no quería seguir viendo aquello. De pronto la figura se quedó inmóvil en el aire, y cayó en picado hacia el mar, desapareciendo en el agua. ¿Qué se supone que debía hacer yo ahora? Corrí hacia popa y encendí el motor. Di la vuelta y me dirigí hacia la luz del faro que, gracias a Dios, no parecía estar lejos.
Me senté, e intenté tranquilizarme. ¿Quién era esa “mujer”? Temblaba de pies a cabeza. Cogí mi chaqueta y me la abroché hasta arriba, me asomé por encima del timón para ver cuánto faltaba, estaba deseando pisar tierra.
La desesperación y el terror me invadieron al comprobar que el faro estaba ahora más lejos de lo que estaba antes… “¡NO!” grité como esperando que alguien me oyera. Miré hacia atrás, ¿Qué me retenía? Tenía que moverme… por mucho miedo que tuviera, tenía que averiguar qué estaba pasando o no saldría del mar.
Comprobé las oscuras tinieblas del profundo mar, y alcancé a ver un cabo, que al parecer se me había enganchado en la orza del barco… “Mierda” pensé, “Ahora tendría que tirarme al agua”. Lo cierto era que no me apetecía en absoluto. Y ahora mucho menos después de contemplar el tenebroso espectáculo de ese… “monstruo”…
Busqué las gafas de bucear entre los trastos que tengo sobre el colchón del camarote de invitados… que no sabía porque llamaba así… con lo que me gustaba la soledad. Menos en aquel momento…
Una vez listo para saltar al agua, me arme de valor, y de un cuchillo lo suficientemente afilado para que todo fuera rápido, y salté al abismo. Bajo el agua, no me atrevía a abrir los ojos, pero tenía que hacerlo. Aquella imagen era de película de miedo. Los rayos de luz de la luna se filtraban a través de la superficie, y daban al profundo océano un aspecto de vacío. Absorto en aquella imagen espeluznante, pero en el fondo… bonita… sentía que en aquella oscuridad, no estaba sólo.
Inspeccioné la orza y me quedé asombrado de ver que un cabo de red se había liado no sólo en la orza, también en la hélice, de forma poco natural. No me había enredado allí por mala suerte… empezaba a quedarme sin aire, necesitaba aire. Subí lo más deprisa posible a la superficie. Cuando llegué a la superficie, di una tremenda bocanada de aire, casi me dolieron los pulmones. Era aún peor estar en la superficie, que bajo el agua. Aún bajo el agua podía tener visibilidad de lo que me rodeaba. En la superficie, a ras del agua, no se apreciaba nada, sólo el reflejo de la luna en el agua.
Respiré hondo de nuevo. Bajo el agua reinaba la paz… o eso parecía. Una vez echado un primer vistazo al lío de cabos, comencé a cortar lo más rápido que me lo permitía la resistencia del agua. Algo… se movió detrás de mí. Miré hacia atrás muerto de miedo pero ahí no había nada. Volví a darme la vuelta. Ya empezaba a faltarme de nuevo el aire, pero quería salir de allí cuanto antes. Ya no podía más. Cuando me di la vuelta para dirigirme a la superficie, tenía a un palmo de mí, la imagen más terrorífica que creo que jamás he visto en toda mi vida…
Grité, pero sólo salieron de mi boca burbujas y aquella “chica”, por mucho que no tuviera ojos, sabía que yo estaba allí. Debido al grito, ahora me faltaba el aire más todavía. Nadé todo lo rápido que mis brazos y mis piernas, entumecidos, me permitían. Miraba de vez en cuando hacia abajo para comprobar si me seguía aquello. Permanecía inmóvil, como a la espera. Salí del agua y subí al barco, ya casi había quitado todos los nudos y con un poco de suerte, la fuerza de la hélice rompería los cabos que faltaban… y quién sabe si también eso espantaría a aquella cosa.
El motor arrancó a la primera. Bajo el agua, sonó un grito desgarrador que me puso los pelos de punta… puse el motor a toda velocidad y me largué de allí cuanto antes. Al levantar la vista, cinco personas se encontraban en cubierta. No tenían rostro, tan sólo enormes agujeros vacíos donde debían estar sus caras, tanteaban la oscuridad…
Me tapé lo ojos fuertemente, conté hasta diez y de pronto dejé de escuchar el extraño gruñido que emitían aquellos seres. Levanté, temeroso, la vista. Allí no había nada. Tenía que salir de allí. Ya se apreciaban las luces de los pescadores en el espigón. Volví a aumentar la velocidad, quería llegar cuanto antes, sano y salvo. El motor empezó a sonar de forma extraña, lo estaba forzando demasiado, pero quería llegar.
Cuando ya pasaba justo por delante de los pescadores, reduje la velocidad, aliviado de ver vida. El pescador permanecía inmóvil, y me miraba, no lo veía bien, estaba justo detrás del faro y no lo alumbraba la luz de la luna. Levanté un brazo en señal de saludo, pero él no me respondió.
Atraqué de cualquier manera el barco en el puerto, en el primer sitio que encontré libre. Ni siquiera era mi sitio, pero daba igual, quería pisar tierra. Até los cabos de atraque y salté al muelle. Me tumbé y me puse a pensar en todo lo que había ocurrido.

Desde luego no ha sido una historia agradable, eso os lo aseguro. Por eso he querido hacer constancia de la misma en cuanto he encontrado la tranquilidad en esta oscura noche en que esto me ha sucedido. Creo que he notado pasos ahí fuera, en el muelle, quizás sea el dueño del atraque que viene a echarme, voy a explicarle lo ocurrido, ahora vuelvo.

Jamás volvió.

MI DESGRACIA

Mentí a mi familia… mentí a mis amigos… mentí a todo el mundo que me quería y a quien importaba… me engañé a mí mismo, pensando que era feliz. Cada vez que recuerdo esta historia, recuerdo aquello que me dijo un día una amiga mía… “Lo feliz que seas en un momento determinado, es directamente proporcional a lo infeliz que puedes llegar a ser luego”. Viene a decirte que todo lo que rías, quieras o no, acabarás llorándolo… En su momento no lo creí, pensaba de ella que estaba loca… y lo cierto es que yo no era la persona más idónea para decir esto…
Cuando la conocí, pensé que no sería más que una más, que tan sólo era un capricho, y que, como siempre, no pasaría del mes, mes y medio… Qué equivocado estaba. Voy a daros un consejo antes de continuar, no os atéis, no importa cuánto tiempo necesitéis para encontrar a vuestra media naranja, lo que nunca os podréis perdonar es encontraros en un futuro no muy lejano, o lo que sería peor, lejano, que vuestra supuesta media naranja, no sea más que una fruta podrida por dentro.
Yo la amaba… más de lo que he podido amar a nadie en toda mi vida. Era parte de mí. Todo cuanto me rodeaba, lo compartí con ella, mis amigos, mi casa, mis lugares favoritos, mi familia, el colegio… todo. Tal vez ese fuera mi error, ofrecérselo todo. A cada sitio que voy, cada persona que veo, todo me recuerda a ella, a esa maldita sanguijuela que se llevó de mí toda la felicidad que me mantenía vivo. ¿Qué tengo ahora? Tengo amigos… que me recuerdan a ella… Tengo casa… que me recuerda a ella… Tengo familia… que me recuerdan una y otra vez, lo tonto que fui al fiarme de semejante chupa-almas… a todos les mentí por ella. ¿Y cómo me lo pagó? Matándome poco a poco. Juro que vendería mi alma por volver a aquella tarde de invierno, en la que marqué mi destino de forma tan nefasta…
Lo cierto es que no tengo derecho a echarle la culpa… ese tipo de personas, son así. Se alimentan de la felicidad de las personas a las que quieren, casi sin querer, se rodean de todo lo que rodea a esa persona, y una vez lo dejan vacío, e inútil, para qué quieren más… te abandonan llevándose con ellos esa parte de ti que pasa a formar ahora parte de ellos… No es justo que la culpe de mi desgracia, ya que fui yo mismo el que eligió mentir por ella, yo fui el que decidió pensar que era feliz, cuando no lo era en realidad, yo fui el imbécil al que utilizó, yo accedí, yo quise… y por aquello que más queremos en este mundo, siempre hay que pagar un precio.
Ahora más que nunca creo a mi amiga cuando me decía aquello de “Sé feliz, pero atente a las consecuencias”. Diría que era muy pesimista, pero cuánta razón tenía.

martes, 21 de julio de 2009

21 de Julio 2009

En el infinito, hasta lo más grande, es insignificantemente pequeño… A menudo me pregunto por qué este tipo de preguntas aparecen en mi cabeza sin yo recapacitarlas o sin partir de algo, por qué esos pensamientos invaden mi cabeza tanto cuando quiero, como cuando no quiero… Cuando digo que quiero, me refiero a lo que todo el mundo hace de vez en cuando de ponerse a meditar o reflexionar. Lo que me da miedo, es que cada vez es más a menudo cuando entro en esa especie de “trance” y empiezo a sentirme algo incómodo. ¿Por qué? Porque esa sensación de mal estar sobretodo últimamente, quizás no sea tanto físico como psicológico. Quizás lo que ocurre es que algo me preocupa, que no me siento a gusto con lo que hago… En general, me preocupa todo, tengo un bucle de preocupaciones y lo que más miedo me da es que cada vez que me pongo a pensar en eso aparece él… o mejor dicho, yo… No sé. El caso es que en mi soledad, el ponerse a pensar es algo terrorífico, porque es entonces cuando lo siento de verdad cerca de mí. A lo mejor lo que me inquieta es el propio hecho de inquietarme, porque al inquietarme pienso, y si pienso, aparece y si aparece me inquieto… es un bucle, está decidido. Creo que me persigue… pero ¿Cómo quitármelo de la cabeza? Mil veces lo he pensado… pero ahí está, al final de mi habitación, intenta que no lo vea… pero le veo… escondido en la única sombra de todo el cuarto… y me observa, lo noto, aunque prefiero no mirar.
El problema es que pienso demasiado, los que conocía, me lo decían continuamente. Pero qué voy a hacer, la mente es algo complicado de controlar y en mi caso no es sólo eso, parece haber tomado el control absoluto de mi ser…

Tengo cosas que hacer.

martes, 14 de julio de 2009

DESDE MI CIELO

El otro día al fin me decidí a decírtelo. ¿Por qué no lo haría antes? También es cierto que si de antes hubiera sabido tu respuesta, sin pensármelo te lo hubiera dicho antes. Pero esos mensajitos en clave, esa complicidad, ¡Tanta confianza! Supongo que me hicieron pensar que no éramos más que íntimos amigos. De haberlo sabido a lo mejor las cosas hubieran sido diferentes. Con esto no te estoy culpando para nada, sólo digo que me arrepiento, y ahora aún más. En fin de todas formas sabía que después de habértelo dicho pocas cosas iban a cambiar. Sabía que dejaríamos de hablarnos, sabía que todo se perdería, que no era más que cuestión de tiempo. Y eso sí que me angustiaba. “En fin, creo que esto es un adiós” te dije deprimido, porque era cierto. “Supongo”, pude ver tus ojos empañados, y no pude evitar que se me escapara una lágrima que me limpié deprisa antes de que levantaras la mirada. “Yo sé que quizás no quieras volver a saber nada de mí, pero a mí sí me gustaría, así que te voy a pedir que si alguna vez necesitas algo, tienes mi móvil, mi correo, incluso sabes donde vivo…” te dije a la desesperada. “Cómo no voy a querer saber nada de ti. Has significado muchísimo para mí. Y no te preocupes porque no es un adiós para siempre, yo quiero verte”. “Si así lo quieres volveremos a vernos, sólo tienes que mandarme un mensaje”, te secaste las lágrimas y me dijiste “Bien. Pues cuídate mucho y dame una señal de vida de vez en cuando”. “No te preocupes”. Te abracé los más fuerte que pude sin hacerte daño y note como me devolvías el abrazo. “En fin, hasta la próxima” te dije. “Hasta pronto” me dijiste. Lo dulce sería decirte que en poco tiempo nos encontraríamos… pero te mentiría… No habría un “pronto”…
Siento mucho haberte fallado al final del todo. Pero te lo dije un día y te lo vuelvo a decir, jamás abandones, no te vengas abajo porque las cosas no salgan como quisiste. Siempre vendrá algo nuevo. Como tú decías, de ilusiones se vive, ¿No?
Te quiero mucho pequeña, te quise siempre, y siempre te querré. Y no te preocupes, quizás no haya un “pronto”…pero habrá un “próxima”, te lo prometo amiga mía, de momento prométeme, que no estarás triste y que no llorarás, yo no lloro, y al fin y al cabo estamos en igualdad de condiciones, ni yo sabré nada de ti ni tú sabrás nada de mí…y ya habrá tiempo de hablar y de ponernos al día el uno al otro…
Con cariño, desde mi cielo.

lunes, 13 de julio de 2009

¿Pesadilla?

Por fin un rato para escribir… Dios sabe cuánto espero a que llegue este momento del día para sentarme a la mesa, encender una vela y dejar deslizar la pluma sobre el papel, plasmando todo aquello que pasa por mi cabeza. Pero hoy más que nunca quería que llegara este momento porque necesito contar lo que me inquieta desde ayer…
Me disponía a escribir, como hoy. Ya había cenado y todo estaba en calma. Me senté en mi butaca como siempre con el papel en blanco delante de mí y la pluma lista para la acción. Ansioso como siempre empecé a escribir sin parar. Todo iba de maravilla, cuando por la ventana que hay justo en frente del escritorio y que da al pasillo principal de mi casa, me pareció notar una sombra que pasaba muy deprisa. Digo notar porque tenía los ojos en el papel y no miraba fijamente la ventana. Me quedé mirando un rato, quizás el cansancio empezaba a ganarme la batalla y debía dejarlo por el momento, pero no me notaba cansado. Así que continué escribiendo.
Varios minutos pasaron sin que se oyera un alma. Aparté los ojos del papel, me recliné sobre la butaca y cerré los ojos para descansar la vista (cuando escribo a penas parpadeo). Una lágrima deslizó por mi mejilla, tenía la vista muy cansada.
Me daba coraje dejar de escribir porque nunca sé cuándo podré volver a hacerlo. Pero ya empezaba a bostezar y tampoco era cuestión de machacarse, mañana habría que trabajar.
Cogí el papel, lo enrollé y lo metí en el cajón. Dejé la pluma en el tintero, soplé la vela y me levanté de la butaca. Ya estaba cerrando la puerta de mi despacho cuando noté como algo dentro se movía. Escudriñé la oscuridad del despacho en busca de alguna rata u otro bicho que buscara cobijo en mi despacho, nada. Pensé que el cansancio realmente estaba pudiendo conmigo. Cerré la puerta. Recorría pesadamente el pasillo hasta mi habitación, cuando detrás de mía la puerta del despacho se abrió. Miré hacia atrás, ya asustado. Un escalofrío me recorrió la espalda, y noté como algo a mi izquierda pasaba rozándome, solo que no podía verlo, pero sabía que algo había pasado por mi lado, estaba seguro.
Me entró el pánico y corrí hasta mi habitación. Me metí deprisa en la cama y me tapé hasta el cuello, repitiendo en mi cabeza una y otra vez “Estás cansado, estás cansado…”, y de hecho era cierto. Repitiendo una y otra vez esa frase en mi cabeza, al final acabé durmiéndome. Me desperté de madrugada con sed. Al parecer no recordaba nada de lo que me había pasado antes por que salí al pasillo sin pensarlo, me dirigí a la cocina y bebí agua. Luego fui al salón y me senté junto a la chimenea. Me quedé mirando los dos o tres troncos que aún estaban al rojo vivo y que asomaban entre las cenizas. Me fui quedando dormido. De pronto la chimenea metió un chispazo y me desperté de golpe. Un susurro llegó a mis oídos como salido de la nada. Me estremecí al acordarme de todo lo ocurrido anteriormente. El susurro paró. Me levanté y me dirigí a la puerta del salón.
Algo se movió detrás de mí ya saliendo del salón. Me di la vuelta muy despacio, miré en la oscuridad cada rincón y nada. Pero el susto me lo llevé cuando vi que por encima de la butaca, una mano diminuta y muy fina de largos dedos asomaba poco a poco, luego la otra mano de aquel ser también asomó, y finalmente poco a poco fue levantando la cabeza por encima de la butaca, como si se asomara. Temblé de pies a cabeza ya que sólo alcanzaba a ver la frente de aquella criatura diminuta y esos ojos blancos muy abiertos y de pupilas diminutas que me miraba con una expresión que no sabía definir si como miedo o expectación. Temblaba tanto que pensaba que me iba a desmontar…
Retrocedí un paso hacia atrás. El ser no se movió, sólo m miraba fijamente, tan fijamente, que asustaba de verdad. Retrocedí otro paso y me tropecé, miré hacia abajo para ver con que me había tropezado, sólo era un cojín. Volví la mirada de nuevo a la butaca pero la criatura había desaparecido. Me asusté. Salí del salón lo más rápido que pude y cerré la puerta, sujetando fuerte el pomo y pegando la oreja a la habitación para comprobar si se oía algo.
Un escalofrío me recorrió la espalda y me eché a temblar, cuando escuché un sonido gutural justo detrás de mí. Me di la vuelta muy lentamente, no pudiéndome creer lo que me estaba pasando, y ahí estaba… ese ser me miraba fijamente, inmóvil. No medía más de metro veinte, era muy delgado, casi huesudo, con unos brazos finos, y unos dedos largos al final de sus extremidades. Estaba convencido de que no era humano. Lo que más me asustaba de ese ser, era que no parecía tener ni nariz, ni boca, ni orejas… sólo dos ojos enormes que casi cubrían la cara entera, unos ojos blancos que me miraban en la oscuridad, ahora con ansia. Temblaba de pies a cabeza y mi cuerpo no reaccionaba a la orden “sal de aquí”. La criatura ladeó ligeramente la cabeza. Abrí la puerta del salón de nuevo, la cerré de un portazo corrí, me tropecé y me golpeé la cabeza.

Me desperté de un bote y sudando al poco rato, o eso me pareció, sin embargo, era por la mañana. ¿Qué había pasado? ¿Había sido sólo una pesadilla? ¿Lo había soñado, o había pasado? Había sido tan real. No me dolía la cabeza. Fui a mi habitación. La cama estaba hecha… entonces lo había soñado… porque supuestamente la noche anterior me acostaba en la cama… Me alivió la idea de haberlo soñado, porque aún notaba temblores en las manos. Me dirigí al despacho para coger las llaves de mi casa antes de irme a trabajar. Cuando entré en el despacho un nuevo escalofrío recorrió mi espalda al ver que el cajón donde había metido el papel con lo escrito la noche anterior, estaba abierto y dentro no estaba ninguno de los papeles que las noches anteriores había escrito, todos habían desaparecido. Recordé cuando la noche anterior en mi “pesadilla”, la puerta del despacho se abría después de haberla cerrado yo, y la presencia que pasaba por al lado mía en el pasillo…
Todo el día de hoy he estado pensando en aquello que me ocurrió ayer, dándole vueltas y vueltas a si fue o no un sueño. Me tiene muy inquieto la idea de que no lo fuera… pero sueño o no, incluso ahora siento la presencia de ese diminuto ser justo detrás de mí… observando cada movimiento que hago tras mi butaca y esperando el momento en que me vaya para robarme mis textos. Incluso ahora mismo, me da miedo dejar de escribir… no sea que cuando aparte la vista del papel, vuelva a encontrarme con esa criatura, que será a partir de ahora y de momento, el núcleo de todas mis pesadillas…

Este escrito fue hallado por mi tío Don Elías Castro, un respetado Jefe de Obras, el 23 de Julio de 1943, en una casa de campo en ruinas. El texto data de 1832 y no tiene firma. Mi tío, junto con 5 colaboradores más, supervisaba el terreno para tirar la casa y construir una pequeña barriada en esa zona. Él mismo me contaba con en aquel lugar al que él llegó primero, en ese despacho en ruinas, encontró aquellos folios sobre la mesa, seguramente tal y como su escritor los dejó… Elías cuenta en textos que escribió posteriormente que él mismo llegó a sentir que en aquella habitación, no estaba sólo…
Elías, escribió una carta al departamento para que lo apartaran del proyecto. Se lo negaron, y él dimitió. No quería tener nada que ver con esa casa. El resto de arquitectos y obreros que aquel día lo acompañaban, desaparecieron en misteriosas circunstancias durante el derrumbamiento del edificio. Aún hoy puede visitarse el lugar, pero, o por superstición, o simple miedo, la gente suele evitar esta zona…

Basado en un sueño que tuve.

domingo, 12 de julio de 2009

El chef

Nadie entendía cómo el chef Victor podía hacer algo así. Todo el mundo pensaba que era feliz, que tenía la vida perfecta, y se la ganaba con lo que sabía hacer mejor (lo único que sabía hacer) y lo que más le gustaba (lo único que le gustaba), cocinando.

El caso es que nadie entiende el por qué. Muchas versiones sobre lo sucedido son las que he oído. La mayoría inventadas, o alimentadas por el morbo. Las que podrían llegar a un punto en el que fueran creíbles... son poco probables. Nadie se imaginaba que esto pudiera pasar. Nadie excepto yo, claro. Víctor era uno de mis mejores amigos, y yo su único amigo. Trabajábamos juntos... Ahora no sé que va a ser de mí.

Yo conocía a Víctor. Sabía que no estaba muy cuerdo, pero esto... Aún no lo asimilo. Víctor, un asesino a sangre fría... Y pensar las innumerables veces que nos quedabamos a solas, o hemos discutido. Por no mencionar, que trabajábamos él y yo en la cocina y no había nadie más. Me estremezco al imaginármelo una vez hablando conmigo, discutiendo, cuchillo en mano, mientras troceaba la verdura con agilidad...

Todo este asunto me ha complicado la vida.

Estaba en paro y acusado de complicidad por su culpa. No sé qué voy a hacer, qué decir en el juicio, cómo defenderme... Pero, ¿Por qué me había acusado? ¡A mí! Creí que era mi amigo...

-Y lo soy Sergio... Por eso te pido como "amigo mío" que eres, que vengas conmigo.

Víctor y yo estábamos en la misma celda y no me había percatado de que él miraba esto que tuve que dejar de escribir en ese momento. Miraba por encima de mi hombro, con una sonrisa que no se apreciaba a simple vista, pero que a mi me era ya muy fácil de reconocer. Tuve miedo.

Me dí la vuelta por completo y ahí estaba, plantado delante de mí. Tenía el rostro desfigurado a causa de los golpes que le habían propinado los guardias de seguridad. Era calvo y mucho, mucho más alto que yo. Bastante ancho de espaldas y un poco gordo. Pero, y aunque fuera difícil reconocerlo debido a sus deformidades tras la paliza, lo que más me asustaba era que pude reconocer esa media sonrisa que se le dibujaba en la comisura justo antes de hacer algo imprevisto. Temblé bruscamente.

-¿Qué te pasa Sergio?¿Tienes frío? -me preguntó con su voz grave y ronca. No me había dado cuenta de que tenía una mano en la espalda. Me asusté aún más- No no no... Créeme, no hay nada que temer... Sé lo que hago, y nunca he recibido quejas... Jajajaja- se rió de forma que me hizo pensar que lo que decía tenía algún tipo de mensaje oculto, algún doble sentido extraño y macabro... Pero mi mente estaba demasiado bloqueada debido al miedo, y no me veía capaz de acertar con el enigma de su rostro, sus palabras...

La pregunta <<¿Qué va a ser de mí cuando salga de aquí?>>, había desaparecido de mi cabeza, sustituyéndola otra... que repetía con cada paso que Víctor daba hacia mí...<<¿Saldría de allí...vivo?>>.

Desde ahí todo se volvió negro. Lo último que recuerdo es haber encontrado este papel en mi bolsillo junto con un bolígrafo y una nota firmada por Víctor que decía "Termínalo, me gusta...". Esto debí empezarlo en la celda en que la que me encontraba con Víctor. Me encuentro en un ataúd, y que me queda si no terminar de escribir esto...¿Quién sabe si algún día...alguien lo encontraría?